sábado, 14 de abril de 2012

Un australiano, “cebollero adoptivo”

Fue en el siglo XVII, en 1642 para ser exactos, cuando el navegante holandés Abel Janszoon Tasman, que  circunnavegaba las costas australianas, reflejó en su cuaderno de bitácora su asombro ante los gigantescos árboles que divisaba en la costa. Es la primera cita conocida sobre el eucalipto, un árbol que hoy en día forma parte de la flora de Moralzarzal.

En 1770, los botánicos Banks y Solander que acompañaban al Capitán Cook en su primer viaje a bordo del buque Endeavour (1768-1771), recogieron las primeras muestras de eucalipto para su estudio. En 1789, el botánico francés L ́Hèritier describe la especie y asigna el nombre de Eucalyptus al género. En los primeros años del siglo XIX llegan las primeras semillas de eucalipto a Europa y se plantan en Malmaison (París). Es en Portugal, en Vila Nova, donde parece que llegaron los primeros eucaliptos a la península en 1829 y la tradición señala que la llegada a Galicia se produce en torno a 1846 mediante el envío de semillas desde Australia por parte de Fray Rosendo Salvado, monje benedictino de origen gallego.

Flor de Eucalyptus globulus. Autor: Miguel Ángel Soto

¿Y a Moralzarzal? ¿Cuando llegaron los eucaliptos a nuestro pueblo? Repasando la fotografías aéreas de 1956 y 1983, donde no aparecen, deducimos que los eucaliptos fueron plantados en Moralzarzal hace bien poco, en algún momento de la segunda mitad de la década de los 80, cuando un vecino de Moralzarzal decidió plantar en torno a 30 ejemplares de eucalipto rojo (Eucalyptus camaldulensis y, creemos, otra especie de eucalipto todavía no identificada) en una finca colindante al mismo tiempo con el Monte “Ladera de Matarrubia” y el Arroyo Grande, en el topónimo conocido como "Cercas del Rubio" (sobre el significado de "rubio" recomiendo el post en este mismo blog: El color de Matarrubia)


Rodal de Eucalyptus camaldulensis, eucalipto rojo, a orillas del Arroyo Grande (Moralzarzal). Autor: Miguel Ángel Soto

Los trabajos de urbanización llevados a cabo hace un par de años con el objeto de construir viviendas en el sector de “Las Hachazuelas” (en el mismo sector donde se encuentra el Colegio Leonardo Da Vinci), amnistiaron este pequeño rodal de eucaliptos, por lo que parece que pese al intenso frío que soportan en invierno van a quedarse con nosotros un tiempo más. Y eso a pesar de que el mes de febrero de 2012 ha tenido la media de temperaturas mínimas diarias más baja desde el año 1956. ¡qué lejos de las tórridas temperaturas australianas donde el eucalipto rojo produce buena sombra para cobijarse!

El eucalipto tiene algunas curiosidades. Una de ellas es que la corteza se desprende en jirones, dando diversidad de tonos y matices al tronco.
Corteza desprendida de Eucalyptus camaldulensis. Autor: Miguel Ángel Soto

Otra curiosidad es que las hojas jóvenes son ovaladas y de un color grisáceo acerado; cuando se van haciendo adultas se alargan progresivamente y se tornan de un color verde azulado brillante. Por tanto, un mismo árbol tiene hojas de diversos tamaños, formas y colores.



Hojas de Eucalyptus camaldulensis. Autor: Miguel Ángel Soto

Las hojas contienen un aceite esencial, de característico olor balsámico, que es un poderoso desinfectante natural. Por eso se ha empleado como un estimulante con efecto despejante y como antiviral, expectorante y nasal.

Pero la razón de su expansión, y su carácter polémico, ha sido su utilización industrial. El eucalipto en la península Ibérica se empezó a plantar en el siglo XIX, primero como traviesas de ferrocarril, apeas para minas e incluso sus usos medicinales. Pero cuando en los años 50 del pasado siglo se descubrió el potencial de la madera de eucalipto para la fabricación de pasta de celulosa, comenzó la expansión del eucalipto en el conjunto de la península Ibérica, muchas veces de manera caótica, sin criterio, sin estudio de viabilidad y agrediendo a los valores naturales de nuestros ecosistemas. El hecho de que el clima de la fachada atlántica de la península Ibérica presenta unas condiciones muy favorables para el cultivo del eucalipto, en especial del eucalipto blanco o Eucalyptus globulus, es la razón por la que el eucalipto ocupe actualmente 860.000 hectáreas en España (desde Huelva hasta Vizcaya, pasando por Galicia, Asturias y Cantabria) y 650.000 hectáreas en Portugal.

Obviamente, de esta polémica el árbol del eucalipto no tiene la culpa. No se puede atribuir a un árbol una conflictividad que tiene que ver con las técnicas de planificación, de repoblación, de silvicultura y de explotación, es decir, con la acción humana. El eucalipto tampoco es responsable de las afirmaciones que atribuyen a su cultivo rentabilidades milagrosas.

La expresión de esta conflictividad es compleja. Tiene que ver con la presencia de eucaliptos en espacios naturales protegidos o la afección a las especies amenazadas, pero también con el fracaso de las políticas públicas; con la incapacidad de la administración forestal para ordenar y orientar las fuerzas del mercado; con los profundos cambios operados en el medio rural de algunas regiones, o con el estancamiento del precio de la madera de eucalipto. La “eucaliptización”, término muy utilizado en los textos críticos con este proceso histórico, ha sido objeto de análisis por parte equipos de investigación en diversos escenarios geográficos, estudios que han reflejado el carácter poliédrico del conflicto. Un conflicto que es abordado frecuentemente con una fuerte carga valorativa, resultado de intereses económicos opuestos, de concepciones dispares sobre los modelos de desarrollo económico o de diferentes niveles de sensibilidad ambiental. Por este motivo, la “cuestión del eucaliptal” como también ha sido nombrada, se ha abordado en no pocas ocasiones de forma simplista y reduccionista, sea para estigmatizar al eucalipto como “árbol maldito” y dañino para el suelo y los recursos hídricos, sea para ensalzarlo a la categoría de “oro verde”, ocultando sus limitaciones o la necesaria planificación de su cultivo.

En Moralzarzal, algo más de 20 eucaliptos no dan para polémicas. Hoy son un elemento más de nuestra diversidad botánica y un recurso didáctico. La nula capacidad de regeneración natural de estos eucaliptos hacen que podamos cederles un trozo de terreno y otorgarles el título de “cebollero adoptivo”.